En esta ocasión, tras cargar las bicis en la furgoneta de Teddy, nos repartimos en varios coches para poner rumbo al espacio natural del Cap de Creus, la zona protegida montañosa y litoral más grande de la costa catalana, la más despoblada, abrupta, inaccesible y mejor conservada.
Una vez llegamos a Port de la Selva, y tras un cafelillo nos enfilamos hacia el interior, íbamos dejando paulatinamente la costa para adentrarnos en un paisaje rocoso, inhabitado, dominado por formaciones arbusivas y matorrales donde los pirineos parecen querer asomarse al mar.
El grupo pedaleaba a un ritmo tranquilo, disfrutando de la soledad del árido paisaje, donde la mirada se perdía sin avistar árbol alguno y con el observatorio astrológico en la cima, a lo lejos.
Pasados una decena de kilómetros de subidas y llaneo comenzamos a bajar por una pista rocosa a Cadaqués, donde pudimos disfrutar de su costa gracias al tiempo de reparación de varios pinchazos, los primeros de una larga lista.
Tras unas fotos y un vistazo turístico comenzamos una larga subida asfaltada hacia el Cap de Creus. En este tramo de la ruta fue donde sufrimos el verdadero poder de la “Tramuntana”, nombre local que recibe el fuerte viento que sopla del noroeste, tan característico en esta zona y del cual según dicen lleva al germen de la locura. Como dice la canción del Pets, “tocats de l’ala”.
Era dificilísimo controlar las bicis, nos empujaban hacia el lado derecho de la carretera y teníamos que ir lo mas agachados posibles para hacer la menor pantalla posible.
Tras este suplicio lleguemos al punto mas oriental de la península ibérica, el Cap de Creus, con su majestuoso faro indicando este emblemático punto y desde donde se divisaba una espectacular vista.
Tocaba bajar, seguimos la lucha contra el viento y los pinchazos hasta que dejemos el asfalto y empalmemos con una nueva pista.
Tras unos kilómetros de rodaje entre las características formaciones volcánicas del parque volvíamos a divisar el mar, esta vez el lado norte y donde podía verse como el mar encontraba con intensidad salvaje las formaciones rocosas, acantilados y pequeñas calas desiertas, tan solo accesibles remando.
Una de ellas era nuestro objetivo, bajemos por una trialera de dificiles tramos, al menos para mí hasta la playa de la Cala Tavellera.
Desierta, salvaje de las que parecen que no puedan existir en nuestro masificado litoral, y tal como fue difícil llegar hasta ella, fue difícil salir de ella.
Tocaba montarse la bici a la chepa y subir, mas bien escalar durante un par de kilómetros. Fue lo mas duro de la ruta pero el esfuerzo valió la pena.
Una vez arriba, encontrada la pista de acceso el grupo se separó en dos, unos para arreglar el enésimo pinchazo y el otro para ir tirando hacia el Port de la Selva para confirmar la reserva de mesa en el restaurant.
En definitiva, una salida sin apenas esfuerzo y desnivel, 45 tranquilos kilómetros con mucho asfalto y algunos tramos difícilmente ciclables pero donde la belleza del entorno y el compañerismo reinante lo compensaba.
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